miércoles, 13 de julio de 2011


Muchas las ocasiones en las que ha contemplado su rostro, nada en particular lo impulsa, como un acto reflejo siempre desvía su mirada hacia ella, no puede evitarlo. Desde el primer momento en el que se vieron quedó maravillado, obnubilado por tal flagrante belleza, un rostro radiante, como muchas veces había imaginado, con el que soñaba, con el que se desvelaba. Como hubiera deseado poder verlo de nuevo, poder deleitarse con su hermosura, con su exótica beldad, pero esos no eran más que días olvidados en un diario en el que no se le mencionaba. Su musa, su amor, se había marchado, ya no quedaba nada de ella, no más que ese recuerdo. Cómo hubiera querido borrar ese rostro de su mente, que hacía insufrible su consciencia y del que era incapaz de eludirse, cómo hubiera querido estrecharla entre sus brazos una vez más y dejar que su aroma impregnara su ser. No eran más que deseos, sabía que todo había acabado ya, ahora no era más que una víctima de una insufrible tortura a la que lo habían condenado los dioses. Muchos crepúsculos se habían sucedido tras ese “Ya no siento lo mismo”.

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